
Venga, todos en pelotas.
No, mejor sólo yo.
Comienzo aquí y ahora una serie de micro-artículos donde voy a confesar memorias y recuerdos de índole musical.
Lo original, espero, estriba en quitarme laureles, exhibiendo mis fenomenales
patinazos, las estrambóticas causas que me atrajeron en su día hacia tal o cual
canción, o confesando impagables momentos de adolescencia desenfocada. Que para
ponerse medallas a uno mismo ya hay muchas bitácoras, y hora es de que alguien exponga, públicamente, sus puntos oscuros. O no tan oscuros, que ¿por qué no? hay muchas canciones que me han marcado profundamente y que vale la pena destacar (y si hay algo bochornoso y confesional que pueda acompañarla, no lo duden, seré impúdico y exhibicionista).Será un paseo anárquico, espontáneo y dependiente de lo que por la red (y You Tube) consiga encontrar. Por tanto, esta serie irá dando saltos, no se pretende cronológica ni unitaria (salvo por un tono claramente ligero y más o menos biográfico), si bien, sigan leyendo, quiero comenzar por el principio.
Y si hay que empezar por alguna canción, si hay una que es la primera, el auténtico inicio de mi melomanía, es ésta(además:¿qué más impúdico para dar comienzo esta serie que dos jipis con querencia al despelote total?):

Pero seamos francos: En lo setenta (supongo que hacia el setenta y seis, más o menos) yo no andaba para análisis musicológicos. ¿Cuál era el poder hipnótico de la Balada?.
Bien, la canción abría la cara B de un Lp que pululaba por casa, uno que en su día, antes de siquiera nacer yo, había sido abandonado en la bandeja del coche una tarde de crudo verano. El vinilo quedó así (sí, es él...en casa lo atesoro...sentimental que es uno)


Como se aprecia, una loncha difícil de escuchar, y en concreto el temita de marras sólo podía sonar, sin riesgo de que la aguja empezase a dar saltos como el caballo del Llanero Solitario, aplicándole unas cuantas monedas para hacer de sobrepeso ante las embestidas de los revolucionados giros del disco (y sus dobleces).
Vamos, que aquello no era música, era una jincana vinílica. Lo exótico, lo dificultoso de escuchar esa canción en aquel disco, hizo el resto y lo convirtió en banda sonora de mi tiernísima infancia.
Pinchen en la ventana y verán el bonito video del tema (sin ufrir las cabalgadas de mi viejo tocadiscos, se lo juro
(...y en una semana, hablaremos de sombreros. No se lo pierdan)